Hace años que incorporé a mis clases en la universidad el modelo «flipped-classroom». Ese modelo pedagógico disruptivo de «clase al revés», en el que se invierten los roles profesor-alumno.
Al grano: ¿qué he sacado en limpio de dicha metodología? Básicamente, que los alumnos disfrutan más, al ampliar sus conocimientos conforme a sus perspectivas y objetivos personales. Sin embargo, hay mucho más.
En una «flipped-classroom» el alumno asume el papel de constructor de su propio aprendizaje. Para ello es muy importante que la asignatura, bien en sí misma o como parte fundamental, se estructure en torno a la práctica.
De esta forma, numerosos contenidos que antes se explicaban en clase a modo de perorata, son sometidos al estudio del alumno –previos a cada clase– para que, en primer lugar, obtenga sus propias conclusiones y, en segundo, exponga sus dudas durante el trabajo de clase para propio enriquecimiento y el de sus compañeros, al modularse la respuesta del profesor en torno a un debate abierto. Debate en el que, desde un enfoque multidisciplinar, se contemplan factores económicos, sociales, psicológicos, sociológicos, etcétera, que trascienden los límites del trabajo en sí.
Con sinceridad, al analizar este modelo en ocasiones pienso que no hay nada nuevo bajo el sol. Así, me imagino a un aprendiz medieval en el taller del artista o artesano de turno, equivocándose y empezando de nuevo mientras su maestro le corregía una y mil veces, hasta conseguir el resultado apetecido.
Sin embargo, estoy convencido de que dicho modelo predispone eficazmente a los alumnos al mundo laboral. En éste, el trabajo no termina al recibir una calificación docente. Termina cuando tu cliente lo aprueba, y, aunque puede parecer lo mismo, es radicalmente distinto.
Por esto mismo, dentro de mi modelo de «flipped-classroom» fomento la presentación en clase de cada trabajo.
Un alumno soberbio puede pensar –en su casa– que su trabajo es excelente. Incluso podría defenderlo con vehemencia ante el profesor. Ahora bien, cuando lo presenta ante la clase y es valorado por el resto de sus compañeros…, la vanidosa parcialidad, la falta de objetividad del alumno se evapora. Máxime cuando tiene la oportunidad de contemplar cómo otros compañeros han dado diversas respuestas: unas más brillantes, otras peores que la suya, a un mismo briefing.
Y eso es algo que ocurre en el mundo laboral cada día. Ninguna empresa actúa aislada en el mercado. Todas tienen competencia y lo saben.
Un profesional que conoce su lugar dentro del mercado debe saber cómo reaccionar frente a la competencia. Es vital para su posicionamiento.
Innovación disruptiva
En los últimos años, se ha hablado mucho de innovación disruptiva. Junto a la AI Inteligencia Artificial, constituye un eje fundamental de no pocas empresas y profesionales.
Como creativo, siempre me ha interesado la innovación. Ese rasgo inventivo con aplicación y provecho directo sobre un producto o servicio. Bien como novedad, bien como mejora de algo ya existente.
Explico esto a modo de preámbulo para clarificar algo que causa confusión: no todas las empresas, productos o ideas que conocen un éxito rápido se pueden clasificar como innovaciones disruptivas.
La innovación disruptiva, término atribuido a C. M. Christensen y J. L. Bower por sus trabajos desde 1995 y a Christensen desde 2012, se rige por unos principios bien delimitados de interesante aplicación en los contextos empresarial, artístico y educativo, entre otros.
Para Christensen, la innovación disruptiva es aquel proceso por el cual un producto o servicio se arraiga inicialmente en aplicaciones simples en la parte inferior de un mercado, para luego subir implacablemente hasta desplazar a los competidores de más arriba de dicho mercado.
Cabe preguntarse: ¿cómo es posible eso? La respuesta es bien simple: mejora. No se desplaza a la competencia porque sí. Se la desplaza porque se mejoran sus productos y servicios.
Podría decirse que, se establece una nueva manera de hacer las cosas que rompe con lo anterior al tiempo que lo mejora.
Volviendo al mundo universitario, cada año constato que la universidad española está anclada en antiguos cánones. Clichés que han dejado de funcionar hace muchos años.
La universalidad del conocimiento ya no es patrimonio de la universidad. De ninguna universidad. Ahora es patrimonio de internet.
Algo, por otro lado, bastante paradójico. Vivimos un momento en la historia del mundo en el que, nunca, el saber ha estado más cerca del alcance de todos.
Clásicos de la literatura; obra científica; pintura; poesía; música… de libre disposición, pero que, por contradictorio que resulte, son dejados de lado en pos de aplicaciones para distraernos, para jugar, para divertirnos…
Tanto es así, que hablamos de «gamificación» en múltiples procesos que conciernen al ser humano, en lugar de «culturización». ¿Deberíamos preocuparnos? En este punto te recomiendo la película de 2006 «Idiocracia» de Mike Judge. Comedia con una disparatada teoría sobre hacia donde nos lleva la actual situación… si no se revierte.
Educación disruptiva
Como apuntaba al principio del artículo en una «flipped-classroom» el alumno asume el papel de constructor de su propio aprendizaje.
Esta fórmula no sólo hay que vivirla. Hay que interiorizarla. Hacerla propia y personal.
Por otro lado, los alumnos reciben hoy un mantra que –a pesar de su plena validez–, en ocasiones y por aburrimiento, se relega al olvido: el aprendizaje nunca debe detenerse a lo largo de la vida. En todas las esferas.
La vida es un cambio continuo. Esto hace que nuestras expectativas cambien todo el tiempo. Es lógico, por tanto, que nuestro aprendizaje jamás se detenga.
La educación disruptiva precisa de un alumno-profesor/profesor-alumno que se haga preguntas todo el tiempo. Aquí los más curiosos llevamos ventaja. También necesita de conocimientos que permitan la obtención de nuevos conocimientos. Incluso a través de nuevos medios.
Considero relevante que los alumnos aprendan a investigar. A hacer trabajos de campo. A analizar resultados. Obtener datos… y aplicarlos.
Lamentablemente, este es un proceso que no puede comenzar en la universidad. Debe comenzar en las primeras etapas educativas. Tengo amigos en educación primaria e infantil que hacen verdaderos esfuerzos por mejorar planes educativos faltos de abono. De sustancia. Pero sobrados de adoctrinamiento.
Como tantas veces hemos oído, cuando una civilización más avanzada entra en contacto con otra menos avanzada, prevalece la más avanzada.
Aplicado al tema en cuestión, opino que nos enfrentamos a un cambio de paradigma. Hay tantos factores que discurren paralelos al mundo educativo que, antes o después, vamos a asistir a una revolución educativa.
Por el momento, la brecha económica despunta como el principal obstáculo para el acceso a una educación equitativa, pero, me gusta pensar que el mundo de las oportunidades, el mundo de los desafíos, ése característico de la innovación disruptiva, aguarda a un nuevo Gutemberg que nos libere de un final «idiocrático».