Imagina que te levantas una mañana de verano. Sin prisa. A esa hora en la que el calor aún es amable. Estás de vacaciones. Disfrutas un café con sosiego mientras paladeas con la mirada el garzo firmamento. Un poco de poesía ayuda a entrar en situación. Un jardín cercano, con su verdor y sus flores, auspicia tus mejores propósitos y favorece el repaso del orden de la semana. De súbito, dos jardineros armados con desbrozadoras de gasolina, se ponen a recortar los setos –a la par que tus sesos– con estrépito.
Se antoja normal esta escena por cotidiana. Al fin y al cabo, el progreso nos ayuda a avanzar con máquinas que facilitan nuestro trabajo.
En cambio, yo me pregunto: ¿el avance, debe hacerse a cualquier precio?
De ser así, quizás no sea un adelanto real, porque hay precios que no justifican determinados productos –léase progresos–. Por ejemplo, si a cambio debemos sacrificar nuestro bienestar o nuestra libertad.
Obvio, ¿verdad?
Son tantas, tan diversas y, tan contradictorias las consignas políticas de hoy en día que hay que hacer un gran esfuerzo para separar trigo de cizaña.
La historia de la entradilla tiene un trasfondo político importante.
Tanto, que afecta a las esferas económica; ecológica; filosófica; moral y política –entre otras–, de nuestras vidas.
Si sientes curiosidad por confirmarlo, sigue leyendo. Me serviré de una herramienta tan en boga y tan en la boca de ciertos políticos: la ecología.
La escena descrita en la entradilla, se puede vivir en cualquier pueblo de España en el que su corporación municipal, llevada por ese falso (o quizás sea más definitorio hablar de dañino) progreso, se lanzó en su día a comprar todo tipo de máquinas para el mantenimiento de los parterres del municipio.
¿Cómo se avanza hacia atrás?
Algún iluminado de dicha corporación, tras mantener una interesante reunión con alguna empresa de servicios, quedó seducido por la propuesta de la misma. Se convenció y convenció al resto de ediles del municipio de que dicha propuesta era una idea, tan asombrosa, como las centralitas automáticas. Ésas en la que sale una voz para indicarte todo lo que no quieres hacer.
Por eso, al poco, felicitándose entre ellos por tan buena idea, se aprestaron a tomar las siguientes medidas…
En primer lugar, sustituir a los empleados públicos quienes, armados con una simple escoba, barrían las calles del municipio. A partir de una fecha señalada, un vehículo a motor con dos grandes escobones giratorios, se dedicaría a recoger/esparcir la basura de las calles.
Cabe preguntarse si en dicha reunión nadie levantó la mano para preguntar:
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- Lo primero, al ser de combustible: ¿cuánto contamina? IMPORTANTE: esta NUEVA capacidad de degradar el medio ambiente no la tiene un barrendero.
- ¿Cuánto cuesta dicha máquina?
- ¿Cuánto cuesta su combustible?
- ¿Cuánto cuestan las reparaciones? ¿Y los seguros? ¿Y el mantenimiento?
- ¿Cuánto ruido hace? IMPORTANTE: esta NUEVA capacidad de molestar mediante CONTAMINACIÓN ACÚSTICA no la tiene un barrendero.
- ¿A qué velocidad circula? Es decir, ¿qué atascos va a generar en su recorrido?
- ¿Qué capacidad tiene de almacenar basura antes de ir a desecharla y volver a por más? Haciendo ruido, no lo olvidemos.
- ¿Qué limpia más y mejor: esa máquina, o dos barrenderos de toda la vida armados con escobas y carritos? Ojo, no se pregunta quién lo hace más rápido. También es más rápida la mayonesa de bote.
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Otro punto importante de dicha reunión fue el riego de calles y plazas. Los regadores de toda la vida con su manguera y su llave para abrir bocas de riego iban a pasar a la historia. Esta vez, sustituidos por otro vehículo a motor dotado de mangueras. Mangueras de las que no piensan. Bastante tiene el que lleva la máquina con no atropellar a un peatón, chocar contra un vehículo estacionado o contra uno en movimiento. De hecho creo que si aplicamos el código de la circulación a los conductores de dichos vehículos, deberían ser sancionados nada más subirse al carricoche, pues cada vez que accionan las mangueras están dejando de prestar la debida atención a la que se obliga al resto de conductores.
Sin embargo, de nuevo me inquieta pensar que nadie cuestionase en la susodicha reunión aspectos cómo:
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- Al ser de combustible: ¿cuánto contamina? IMPORTANTE: esta NUEVA capacidad de degradar el medio ambiente no la tiene un regador con su manguera y su llave.
- ¿Cuánto cuesta dicha máquina?
- ¿Cuánto cuesta su combustible?
- ¿Cuánto cuestan las reparaciones? ¿Y los seguros? ¿Y el mantenimiento?
- ¿Cuánto ruido hace? IMPORTANTE: esta NUEVA capacidad de molestar mediante CONTAMINACIÓN ACÚSTICA no la tiene un regador con su manguera y su llave.
- ¿A qué velocidad circula? Es decir, ¿qué atascos va a generar en su recorrido?
- ¿Qué recorrido puede hacer antes quedarse sin agua y tener que recargar? Haciendo ruido, no lo olvidemos.
- ¿Quién esparce menos basura del suelo y refresca mejor el ambiente: esa máquina con su riego indiscriminado o dos regadores de toda la vida armados con sus mangueras de riego y su capacidad para regar? Ojo, no se pregunta quién lo hace más rápido. Me gusta la mayonesa casera.
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En fin, como creo que la idea queda expresada, me abstendré de formular cuestionarios parecidos para los jardineros con desbrozadoras de gasolina y –licencia para matar el sosiego– durante su “trabajo”, sin respeto ni empatía por tu idílico café mañanero o tu simpático aperitivo, al actuar “en nombre del progreso”, los cuales aunque no lo sepan, en realidad actúan “en contra de la ecología”.
Sustituir a una persona por una máquina no es algo que pueda hacerse sin más. No es sólo una cuestión de números. De seguros sociales, bajas, enfermedades y proyecciones en un excel.
En esos escenarios se hurtan deliberadamente aspectos como el bienestar que va a generar entre la ciudadanía una fórmula, y sus consecuencias, frente a la otra y las suyas.
También se hurta, como hemos visto, aspectos esenciales en la vida del sXXI como la contaminación tanto acústica como medioambiental. Ésa que viste mucho en una valla o una pancarta.
Este último aspecto, además, es un verdadero tiro en el pie para cualquier formación política que presuma de escuchar a los ciudadanos.
En una parte de la ecuación se ponen los salarios y seguros de unos trabajadores, y en el otro el coste de unas máquinas.
Lamentablemente, esta adulteración de la realidad al pisar la calle, se tropieza con las molestias en forma de ruidos, de la máquina que te empapa los zapatos sin despeinarse, o del polvo levantado al “barrer” por una especie de robot sin alma.
Y no gusta. Y no se entiende. Y no se acepta. Y se cuestiona.
Falta ética. Falta moral. Falta filosofía.
¿Dónde está la capacidad de nuestros representantes?
No salen los números pero, desgraciadamente, en el ámbito público nunca se cuestiona a los que los manejan. Algo impensable en el sector privado.
Hace muchos años que deje de tragarme los discursos políticos. Ya sabes, en cuanto aprendí que los productos adulterados son muy dañinos.
Por eso creo que esto sólo puede arreglarse con sentido común.
El de los ciudadanos. El tuyo y el mío.
Si te he hecho reflexionar, mi contribución al sentido común ahora es parte del bien común.