2024: ¿Año de Renacimiento?

Giorgio Vasari –arquitecto, pintor, escritor e historiador del siglo XVI, artífice del Palacio de los Uffizi, entre otras obras– además de su abundante legado, pasó a la historia por acuñar el término “Renacimiento”. Esa etapa histórica que, según los países, abarcó desde el sXIII hasta el XVI o el XVII, y fijó el rumbo desde la Edad Media hasta la Edad Moderna.

Recuerdo a un profesor de Historia del Arte de Bachillerato, el cual, además de conseguir que me fascinara la asignatura me ayudó a fijar muchos conocimientos gracias a numerosos recursos mnemotécnicos. Uno de ellos, el que ha dado origen a este artículo: el arte es pendular. El arte, desde el principio de los tiempos, se halla en movimiento incesante. Pero, este movimiento no es longitudinal e infinito como cabría suponer. Es oscilante. Fluctúa de un punto a otro. En un extremo, el arte clásico. En su opuesto, la vanguardia.

Por otro lado, el arte es fiel reflejo de la sociedad en la que se inserta. Normalmente la acompaña o la precede. Pocas veces va detrás. Sociológicamente, podríamos usar el arte como termómetro de un momento histórico. Y ahora que, cómodamente estás leyendo esta bonita reflexión, te alerto para que te agarres bien a la silla y no la sueltes, porque se acerca una digresión en modo curva cerrada: Especial Fin de Año de Televisión Española.

Aunque ya se ha llevado su buena ración de varazos en el lomo a cargo de diletantes realizadores en RR.SS. los cuales reprobaron su estética “power-point-niño-de-seis-años”, yo no voy a hacer lo mismo… ¿No?

Quizás de realización esté dicho todo. Pero, ¿y de contenido? Ah, ya. Que igual no lo has visto. No te preocupes. Yo no lo vi tampoco. Sólo lo ojeé de vez en cuando. Ya sabes, la tele puesta, y cada vez que salía un artista nuevo, miraba. Para no ver nada. Nuevo, quiero decir…

 

El arte ha muerto.

Si tengo que definir en una palabra el susodicho espectáculo de fin de año, el término sería: DECEPCIÓN.
Pero además, en un sentido amplísimo que abarca lo artístico; lo cultural; la educación; la política; la sociedad… Verás por qué.
A priori, no le echo toda la culpa a RTVE, aunque podría.
¿Qué vi?, te estarás preguntando.
Sí, me llega tu pensamiento… Para gustos los colores, pero, precisamente por eso, si de verdad existe una paleta de colores, afirmo que sólo vi uno. O a lo sumo, dos. El calentito y el calenturiento. Aunque eso no fue lo peor.

Lo peor fue que todo parecía más de lo mismo.
Cambiaba el tema, cambiaba la cara, cambiaba el look y… el resultado era primo hermano. Mismo efecto auto-tune ¡una plaga a la que nadie ha encontrado remedio a estas alturas!; mismos postureos y movimientos de manos de “malote reggaetonero”; parecidos arreglos musicales; similares cadenas al cuello –¡no salgas sin una, parece el reclamo!–; y una imagen en la que cada artista se desvivía por parecer único y auténtico, mientras yo me preguntaba: ¿de dónde salen los referentes irrelevantes que les hacen parecer a todos iguales?

¡Benditos años 70! Cuando cada artista tenía una personalidad propia. Un estilo único. Una puesta en escena diferente.
Hoy, salía un tema bueno, y mañana, uno mejor. Y así todos los días.
¡¿Qué ha pasado?! ¿Se ha perdido el talento? Puede. ¿La culpa es de las discográficas? Puede. ¿La culpa es de los artistas que se miran en otros artistas para terminar todos siendo el mismo artista? Puede. ¿La culpa es de los gobiernos? Puede.

Unos párrafos más arriba te avisaba de curva cerrada. ¿Tienes bien asida la silla? No la sueltes. Viene curva peraltada.
En ésta, cuenta mucho, pero mucho, la antigüedad en el carnet. ¿Recuerdas cómo era España en los setenta, antes de la cruzada antipiratería de la SGAE, años más tarde?

No me malinterpretes. No estoy a favor de menoscabar los derechos de los artistas. De ningún artista.
La pregunta es de corte sociológico. Una pregunta de “nota”.

 

Viva el arte.

Su respuesta es tan sencilla como profunda: un lugar donde se oía música en cualquier parte. En la peluquería, en el gimnasio, en el bar, en el chiringuito de playa, en la tienda de ultramarinos, en el restaurante, en el quiosco de periódicos, en el taxi, en el puesto de lotería…
Se escuchaba música en cada rincón. Y claro, los chavales de la época crecimos escuchando música a todas horas. Música muy buena.

Las nuevas generaciones ni se imaginan cómo pudo ser aquello. A eso hay que sumarle la –moda/costumbre individualista– de escuchar el propio móvil con cascos. La música hoy, salvo excepciones, ha dejado de formar parte de la cultura de masas. Recuerdo mi niñez, cuando se escuchaba a hombres y mujeres cantar mientras hacían su trabajo.
Hoy, como mucho, algún joven se menea al ritmo de los cascos.
Y cada vez menos.

Ahora, tras el peralte, viene un bache.
¿Qué hace el gobierno? ¿Qué hacen los gobiernos?
Yo te lo digo: hablar de cultura. Pero ya sabemos que una cosa es predicar y otra dar trigo. Así que la conclusión es que tenemos mucho predicador político que no tiene apuros en dejar a la población inane de música.

Porque, es bien evidente que no se puede aceptar la piratería, pero, también es bien evidente que no se puede dejar a la gente sin la música como espacio común.
Claro que éste es un argumento creativo que contribuiría a procurar generaciones con mayor calidad de enlaces sinápticos y mejores respuestas cognitivas, en definitiva, más inteligentes. Y ya sabemos la poca creatividad que gastan los políticos… menos cuando se trata de ellos mismos.

Por eso, propongo que ése esfuerzo que nace del erario común y se destina a financiar obras cinematográficas –en nombre de la cultura–, aunque muchas de ellas no van a dejar la menor huella en la historia del cine, se desdoble o amplíe para financiar a los autores musicales a fin de que su música se escuche como se escuchaba antes. Como si de un bien público se tratara. Porque eso es, en definitiva.

 

No sólo de arte vivimos, pero morimos sin él.

Al comienzo, hablaba del arte como termómetro de un momento histórico.
¿Qué me dices del momento que nos toca vivir hoy en España y fuera de España?
En España tenemos, presuntamente, la peor generación de políticos de nuestra historia. Esto tiene consecuencias. Sus ideas son las peores. Sus argumentos son los peores. La mentira es la base de su comunicación.
¿Cómo puedes llegar a entenderte con alguien, –y no me refiero sólo al presidente de gobierno–, que miente incesantemente?
Creo que nadie querría un compañero de viaje en el que no pudiéramos confiar por ocultarnos éste, el destino; la ruta que vamos a seguir; en qué medio o medios de transporte nos vamos a mover; a qué compañeros de viaje ha invitado sin contar con nosotros; o qué vamos a hacer al llegar.

Esta es nuestra realidad. Un país en el que la palabra de una persona ya no cuenta, a cuenta de tantos y tantos fiascos, perpetrados por aquellos que deberían dar ejemplo. Un país en el que, ahora, todo es líquido. Nada es sí. Nada es no. Todo es quizás, o todo lo contrario.
Una realidad adulterada por mensajes propagandísticos que, sin fin, proclaman ideologías negativas para el ser humano, gracias, de nuevo, a esa mentira rebautizada como posverdad que nos cuela monsergas beneficiosas para una minoría, pero que hacen sufrir a la inmensa mayoría.

Un ejemplo: la creciente ola de suicidios entre jóvenes “sin explicación oficial”. Explicación que muchos podríamos dar, si la verdad, aún, fuera de curso legal.
Al mismo tiempo, el mal gusto reinante en moda, arte, música, o literatura, donde lo soez, lo vulgar, o lo carente de imaginación, se encumbra e ilumina con los focos del ilusionante vertedero diseñado para premiar espíritus lacayos.
Pero, ¿y el arte? El arte es pasado, presente y esperanza.

 

2024: ¿Año de Renacimiento?

Decía al principio que el arte es pendular, al igual que lo es la sociedad. Por ello, deduzco que debemos estar ya en la oscilación de vuelta al clasicismo. En otras palabras, a un Renacimiento en el que las formas; el buen gusto; el esfuerzo; la vergüenza (perdida en tantos aspectos); la buena educación; o Dios, vuelvan a cohesionar la sociedad.

Y en el caso de España, hablar de Dios es primordial. Sin Él, resulta imposible explicar la historia, los logros del único país sobre la faz de la tierra, con un Siglo de Oro en el cual su CULTURA, en las más variadas expresiones, dejó una huella indeleble –reconocida dentro y fuera de nuestras fronteras–, que ha llegado hasta hoy como sustento vertebrador de generaciones.

Si te paras a pensar…, ¿qué sustituye a Dios, en la mente de tantos, hoy en día? A mi modo de ver, la democracia. Ese pandemónium que se ha inmiscuido en todos los rincones de nuestras vidas –como si de un dios se tratase–, con su empalagosa propaganda de “cuasi salvación” que trata de explicarlo todo, pero que en la realidad, incumple promesa tras promesa, y defrauda a todos, ¿sin excepción? Bueno, –menos a los partidos políticos y sus siervos–, al tiempo que se muestra exquisitamente eficaz a la hora de vendimiar impuestos, cada vez menos justificados.
Basta con observar el resultado de la gestión del dinero público, usado con demasiada frecuencia para el aumento del peculio de algunos; fiestas y viajes de otros; y droga y diversión sexual de otros más. No puedo apelar a la memoria de nadie sobre la malversación del erario público, porque necesitaríamos varios libros para documentarla fielmente.

Ahora, vuelvo a la música del especial Fin de Año. Somos un país de gran talento. Baste nuestra historia como botón de muestra. Por eso, creo que hay que dejar de hablar de cultura, para pasar a la acción. En especial, deben dejar de hablar de cultura, los políticos. Entrometerse en tantos aspectos de la vida en común de los ciudadanos, tiene graves consecuencias. No positivas, precisamente.

Por eso, afirmo que somos los ciudadanos, la sociedad al completo, quienes debemos reivindicar la cultura. Sin mentiras. Sin exageraciones. Sin falsear la historia.
Demasiadas manifestaciones artísticas de la actualidad, entre otras, la música, pasan por un momento de graves carencias a consecuencia de medidas políticas, tan grandilocuentes como ineptas.

 

Un suspiro de esperanza.

Según Dietrich Bonhoeffer 1906-1945, autor de la Teoría de la Estupidez, pastor luterano y encarnizado antagonista del régimen nazi, los estúpidos son más peligrosos que los malvados.
Para Bonhoeffer, mientras la corta inteligencia puede explicarse desde un punto de vista psicológico, la estupidez humana es de carácter sociológico. Una conducta aprendida, de carácter exógeno. Eso sí, sólo afecta a los individuos que lo permiten. Precisamente, ahí, reside la eficacia de la propaganda política: conseguir que las personas acepten y adopten ideas que no les son propias, por el simple hecho de que la masa las acepta.

Por tanto, y como buen propósito para el recién llegado 2024, deberíamos dejar de pensar como rebaño. Y no apelo al individualismo en su faceta destructiva. Apelo al pensamiento crítico. Ese que nos salva de comportarnos como la masa, al tener ideas propias.

Es hora de recuperar BONDAD, BELLEZA y VERDAD como virtudes capaces de separar la paja del grano, cuando se trata de adoptar ideas positivas para nuestra vida.
Con ellas a mano, podremos avanzar en la mejor dirección posible.
Para concluir y, a propósito del decepcionante Especial de Fin de Año y su música, no debemos olvidar que quién canta su mal espanta. Y en la actualidad hay mucho que espantar.

Feliz 2024. ¿Año de Renacimiento?

¿Y después de la pandemia, …qué?

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