Parafraseo “Too much love will kill you”, éxito de Queen, para advertir que es hora de frenar la recopilación de datos personales por parte de empresas y gobiernos. El multimillonario negocio del Big Data, puede matarnos.
Carissa Véliz, mexicana de raíces españolas, doctora en filosofía y docente en la Universidad de Oxford, lo expresa en otras palabras: “la falta de privacidad ha causado, indirectamente, más muertes que el terrorismo”.
Cinco preguntas y sus respuestas, se me antojan claves para recuperar el control de nuestros datos personales y, por tanto, de nuestras vidas.
1) ¿Tenemos derecho a la privacidad los ciudadanos?
2) ¿Por qué se recopilan nuestros datos masivamente?
3) ¿Quién los recopila y quién los utiliza?
4) ¿Qué ganan –ellos– con esto?
5) ¿Qué ganas –tú– con esto?
¿Tenemos derecho a la privacidad los ciudadanos?
Rotundamente, sí. Y no sólo de orden moral como expresión de la ley natural.
Las constituciones de los países democráticos, reconocen como –inviolable–, el derecho a la privacidad en las comunicaciones de sus individuos.
Esto afecta al mundo digital en todas sus vertientes. Salvo algunas iniciativas aisladas, chirría sobremanera la falta de celo por parte de las administraciones de todo el orbe, en lo tocante a la privacidad de los individuos.
Parece como si su quiebra no constituyese un daño de orden superior –al violar derechos constitucionales–, al que causa la piratería, fuertemente legislada y perseguida.
Por seguir con la comparación, el robo de derechos de autor afecta a los autores, esto es, a un subconjunto de la sociedad.
El robo de nuestros datos, afecta a toda la sociedad en su conjunto. Creo que es fácil inferir a dónde quiero ir a parar.
¿Por qué se recopilan masivamente nuestros datos?
Si piensas que es por dinero, aciertas. Si piensas que es por dinero y poder, aciertas de pleno.
Pero, nos estamos olvidando del punto anterior. Que una empresa recopile una ingente cantidad de datos sobre nosotros, parece imposible sin el consentimiento de la administración pública.
Por ello, si la administración del estado se suma a la “moda” de la recopilación de datos, además de no condenar y perseguir la vulneración del derecho a la privacidad de los individuos, es cómplice de un presunto delito.
Un momento, ¡¿no habíamos quedado que el estado, está OBLIGADO por la constitución, a CUMPLIR Y HACER CUMPLIR LA LEY en materia de PRIVACIDAD?!
Esto plantea una primera reflexión. Si se recopilan nuestros datos, es porque los estados y sus administraciones, lo consienten. O al menos, no lo persiguen y castigan de manera tan ejemplar como hacen con la piratería.
Si además, esto está sucediendo en el mundo occidental en todos los países a la vez, ¿cabe pensar en una coordinación?, digamos, ¿unos intereses supranacionales?
¿Quién los recopila y quién los utiliza?
Nuestros datos son utilizados por grandes corporaciones y gobiernos de todo el mundo. Alguna empresa mediana también intenta sacar su porción de la gran tarta a repartir, pero por lo general, carece de recursos para extraer todo el potencial que representan.
Con los datos en la mano, empresas y gobiernos, sólo necesitan condimentarlos con una pizca de inteligencia artificial AI .
Mediante algoritmos, se pueden crear proyecciones para, por ejemplo, anticiparse a las decisiones de compra y ofrecer productos “irresistibles” entre otras lindezas. Algunos de sus usos están más cerca de la distopía que de una funcionalidad de provecho público.
Debemos ser conscientes de que, junto a nuestros gustos, pueden quedar recogidas conversaciones telefónicas; chats privados; fotos; vídeos; itinerarios de viajes de trabajo, de placer, etc; comercios y tiendas online que visitas; compras que realizas: desde alimentación a ocio; contactos que tienes: amistades, conocidos, familia; a qué colegio van tus hijos; en qué empresa trabajas y cuántos años llevas; qué redes sociales y contenidos compartes; visitas al médico y estado de salud; cuántas horas duermes al día…
¡Ríete tú de los abyectos espías de James Bond!
A esto lo llama Shoshanna Zuboff la profesora emérita de Harvard, economista y filósofa, «el capitalismo de la vigilancia» en su libro The Age of Surveillance Capitalism (2019).
Para ella, “este sistema global amenaza a la naturaleza humana» y si no lo frenamos a tiempo, “el precio que pagaremos será renunciar a nuestra propia libertad”.
Lógicamente, muchos de los datos que se recopilan, –de momento–, dependen de los cachivaches que usemos y de su configuración de permisos. Sin embargo, cada día se descubren nuevas brechas de seguridad que ponen de manifiesto que, a pesar de no haber dado autorización, ciertos datos nuestros son “compartidos”, es decir robados, sin nuestro consentimiento.
¿Qué ganan –ellos– con esto?
Desde hace años, observo opiniones en diversos foros, de individuos, que afirman sin despeinarse que la privacidad es cosa del pasado.
¿Cómo?
Invariablemente me salta la alarma de que quién habla así es un estómago agradecido, alguien que por propagar semejante salvajada (fake-news en estado puro) es recompensado; un narcisista; o un imbécil, en su acepción clínica.
La privacidad no es algo del pasado. Es una batalla que se libra en el presente, aunque algunos tengan demasiada prisa por asesinarla y no les preocupe exhibir comportamientos fascistas al pisotear nuestros derechos delante de nuestras propias narices.
“Ellos”, tienen mucho que ganar. Cambia su estatus. Pasan de ser “ellos” a ser el gran hermano que todo lo ve, todo lo predice y a todo se anticipa.
Y cuando digo todo, quiero decir todo. En la práctica significa ganar más dinero contigo y conmigo, e incrementar su poder sobre ti y sobre mí.
¿Qué ganas –tú– con esto?
En este punto, es especialmente interesante la opinión de Carissa Véliz.
Afirma sin ambages que “la privacidad es poder”. Si no tienes nada que ocultar –como argumentan algunos– y das tus datos a las empresas, no te sorprendas si una oligarquía nada democrática sea quien dicte las reglas del juego.
Y si se los facilitas a la administración, no te llames a engaño cuando te controlen más y más.
Si aún así sigues sin ver la trascendencia de todo esto, la siguiente reflexión de la profesora Véliz, tal vez te haga cambiar de opinión.
En sus estudios descubrió cómo los nazis se sirvieron de los datos para controlar y asesinar ciudadanos. En una época sin internet, visitaban los registros públicos para buscar judíos.
El censo francés, por ejemplo, no recababa datos sobre religión por cuestiones de privacidad. De esta suerte sólo pudieron asesinar al 25% de la población judía.
En la parte opuesta, Holanda. Su censo mantenía información muy detallada sobre orientación religiosa y dirección de cada ciudadano. Esto les permitió localizar y asesinar al 75% de los judíos censados.
Es incompatible una democracia fuerte sin ciudadanos que controlen sus datos.
¿Si no controlas tus propios datos, qué vas a controlar?