Diseño Gráfico: el arte de influenciar la percepción.

¿Qué hace un diseñador gráfico? Todos creemos saberlo y todos ignoramos con frecuencia su trabajo. A causa de esto último, en ocasiones, somos cautivos de apegos, gustos, y preferencias cincelados por un diseñador gráfico, responsable de que nos enamorásemos de tal marca, tal producto, tal estilo, tal publicación, e incluso… ¡Y nosotros, sin saberlo!

La entradilla puede dar a entender que un diseñador gráfico es un manipulador y, aunque esto pueda llegar a ser cierto en casos concretos, la mayoría de las veces un diseñador gráfico es un narrador.
Una misma historia puede ser interesante; graciosa; cautivadora; satírica; aburrida; obscena… en función de quién nos la cuente.
Todos tenemos un amigo diseñador gráfico. Incluso, puede que en algún momento de nuestra vida hayamos ejercido de tal. Bien como profesional, bien como aficionado.

Y es que el diseño gráfico es una disciplina que adquirió carta de naturaleza reciente: el siglo XX lo vio nacer. Junto a la fotografía y, más tarde el vídeo, comenzaron a acompañar al marketing, al periodismo y a la publicidad en todos los ámbitos de nuestras vidas.

Al igual que la fotografía –arte reservado a unos pocos a comienzos del siglo pasado y elevado a práctica de masas, al concluir el mismo–, también el diseño gráfico se ha convertido en una disciplina de masas amateur gracias a la tecnología. Con frecuencia escucho a gente que usa Canva para hacer las invitaciones del cumpleaños de su hijo o el cartel de su pequeña empresa.
No voy a rasgarme las vestiduras: ¿quién no ha hecho pinitos de fontanero improvisado; electricista diletante; o carpintero de fin de semana?

Como es natural, nuestras limitadas capacidades con tuberías, voltios o maderas, no sirven para que nadie nos demande tales servicios o, menos aún, que alguno de nuestros improvisados apaños, aporte algo de fuste a la vida en común acreditándolos en el recuerdo colectivo.

Diseño amateur: el reto de la comprensión del diseño profesional

Sigo con la analogía entre el diseño gráfico y la fotografía porque ayuda a establecer límites precisos. Desde que llevamos un teléfono móvil en el bolsillo, todos somos fotógrafos y videógrafos.
¿¿De verdad??

Pensé que lo había dejado claro con el ejemplo del electricista, el fontanero…
Cambiar una bombilla no nos convierte en electricistas. Al igual que hacer las fotos de las vacaciones con nuestro super-ultra-chuli móvil –en modo automático–, no nos convierte en fotógrafos… profesionales.
¿Cómo describir las diferencias? Va. Me lanzo. Sé que hay libros… incluso enciclopedias, ¡qué se yo! …hasta estudios de grado en fotografía.
Por resumir. La diferencia entre un fotógrafo amateur y uno profesional son: horas frente a años. De estudio. De trabajo. De experimentación. De prisas. De presupuestos. De clientes de todos los colores… y de bastantes cosas más que no cabrían en la giga memoria de nuestros super-ultra-chuli móviles.

Pues bien. Con el diseño gráfico ocurre exactamente lo mismo. Y aquí voy a tratar de desmontar algunos tópicos.
Una secretaria que es capaz de crear un documento en Word con todos los tipos de letra de su ordenador, en simpático batiburrillo con los colores del arco iris, NO es una diseñadora gráfica.

Cuando nuestro cuñado se compró el primer ordenador e hizo aquella web –con las fotos de la boda– usando la plantilla de ese-portal-web-con-diseños-llave-en-mano, TAMPOCO era diseñador gráfico.

Incluso cuando tu hermana, compelida por una pulsión sobrenatural de perpetuar su huella en el mundo del diseño, copió aquellas flores del Pinterest para que le imprimieran una camiseta con su propio estilo… Aquí, hasta me sabe mal, ¡siento tener que desengañarte! NO es diseñadora gráfica.

Y ¿qué decir del tío ese de tu empresa? El lanzado. Un día copió un cartel y lo exhibió orgulloso como si fuera creación suya. A tu jefe le encantó ahorrarse el dinero del diseñador gráfico. La pena fue cuando se lanzó a arreglar el trifásico y…
Al menos, tu empresa ha mejorado en imagen al fichar al diseñador gráfico.

Hasta donde yo sé, incluso estudiantes de Bellas Artes con años de formación en dibujo, pintura, escultura, forma, movimiento, color… tampoco serán nunca diseñadores gráficos. Bien porque su camino es el arte tradicional. Bien porque no se identifiquen con la expresividad del diseño gráfico. Bien porque carezcan de suficientes competencias en la materia. Sin embargo –y esto es crucial–, ellos SÍ sabrán distinguir entre el trabajo de nuestro cuñado, y el trabajo de un profesional.

El arte de influenciar la percepción

Abría el artículo diciendo que un diseñador gráfico es un narrador. Ahora, además, añado que es un narrador del tiempo que le ha tocado vivir.
Si nos fijamos en la definición del AIGA American Institute of Graphic Arts, el diseño gráfico es el “arte y la práctica de proyectar y planificar ideas y experiencias mediante contenido visual y verbal”.

Dicho de otro modo, el diseño gráfico elabora determinadas ideas o mensajes de forma visual. Estos visuales pueden tener la forma sencilla del logo de una empresa, con su carácter sintético y evocador, hasta otros más complejos como un libro, una revista, o una web.

Aunque el diseño gráfico exista desde el inicio de los tiempos, podemos circunscribir al siglo XX su asentamiento como disciplina. El despegue de la prensa, radio, cine, televisión, publicidad e internet durante el siglo pasado, se sirvió de la colaboración insustituible del diseño gráfico en todas sus etapas.
Hago esta observación porque, si bien el diseño gráfico ha estado desde sus orígenes subordinado a un fin comercial, desde finales del siglo pasado y comienzos de éste, su evolución y madurez lo ha convertido en un medio artístico con personalidad propia.

Ciertos artistas lo eligen como medio de expresión personal sin que por ello su obra se inserte en un contexto económico determinado. Así, desde la reflexión hasta la crítica social, el diseño gráfico flirtea con el arte tradicional a la hora de crear ARTE.
Quizás, esta madurez alcanzada, sea consecuencia de la aparición de medios tecnológicos que han potenciado y amplificado la disciplina en entornos de diseño; publicitarios y de artes gráficas; y en menor medida, su adopción –en ocasiones como medio secundario o de experimentación– en entornos de arte “tradicional”.

De nuevo la tecnología y sus incesantes piruetas, ha rellenado el vacío entre el “arte digital” y el arte tradicional con la aparición de los NFT o Non Fungible Tokens, tema tratado con anterioridad AQUÍ.

Los NFT van a tener mucho que decir en el arte y sus manifestaciones en el futuro inminente. Al menos, hasta que una mejor tecnología releve a los NFT de sus atribuciones actuales.
De los NFT depende en gran medida la popularidad de artistas actuales como Beeple, Pak o Markus Magnusson. Su obra se asienta muy cerca de lo que tradicionalmente definimos como diseño gráfico. Claro que algunos puristas se llevan las manos a la cabeza cuando Sothebys vende cifras millonarias con archivos GIF, JPG, o PNG, autentificados mediante NFT…
Pero… ¡qué te voy a contar! Tampoco Giuseppe Arcimboldo presentaba sus obras a los clientes con un MacBook.
Vamos, que el tiempo pasa para todo y para todos. Me temo que nos toca adaptarnos.

Hoy sería imposible desenvolvernos en el mundo actual sin el diseño gráfico. Piénsalo por un momento.
Los códigos universales que se han ido asentando en la mente de todos los usuarios del planeta tierra: desde los colores del semáforo usados ampliamente para jerarquizar taxonomías, hasta los emoticonos del teléfono móvil, como aliados de nuestra expresión y estado de ánimo; pasando por los estilos y estructuras de la información que podemos encontrar cuando navegamos por internet y nos permiten localizar con unos pocos clicks de ratón aquello que buscamos… Sin diseño gráfico podríamos llegar a sentirnos perdidos al visitar una ciudad nueva o decantar una elección sin su ayuda visual, la cual nos permite zambullirnos en el universo de opciones que hoy nos ofrece cualquier producto, para elegir convenientemente.

Teniendo esto claro, se pueden extraer dos interesantes conclusiones.
En primer lugar, cuando el diseño gráfico es bueno, relevante, pertinente; la percepción de compra también lo es. De este aserto se extrae, ineludiblemente, este otro: un buen diseño gráfico nos puede predisponer favorablemente hacia un producto, bien o servicio. Si lo concretamos más, podríamos decir que un buen diseño gráfico tiene un impacto directo en el nivel de ventas de los productos y servicios de nuestra compañía.

En segundo lugar, no parece inteligente dejar en manos de una secretaria, nuestra hermana, el cuñado o el enterado de turno, el próximo diseño de nuestra compañía. Por la misma razón que no dejaríamos en sus manos… el parto de nuestro hijo.

¿Y después de la pandemia, …qué?

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